Escribe: Zulma Villa Vílchez (IIDS)

Un día como hoy, hace siete años, recibí la noticia de Bagua en Washington. Y, penosamente, vi cómo mi país, una vez más, era noticia de hechos de sangre. Peruanos y peruanas enfrentados/as por intereses de terceros y víctimas de la imposición violenta de una ideología del «perro del hortelano», una ideología que hasta hoy busca seguir siendo hegemónica y que promueve actividades extractivas y depredadoras de la naturaleza. Lo que es peor con gobiernos cómplices de esa ideología que buscan seguir implementando políticas de despojo de territorios de los pueblos indígenas. Es, sin duda, un modelo de desarrollo importado para un país cuya historia milenaria ha demostrado ser totalmente contraria a esa ideología. Nuestra historia nos recuerda que somos un pueblo que se destaca por vivir armoniosamente con la naturaleza y que ni la tecnología más avanzada del mundo ha podido superar. 

Siete años después de Bagua, puedo decir que la resistencia de los pueblos indígenas por la defensa de sus territorios integrales y su derecho a la libre determinación continúa siendo un reto para todos/as los/as peruanos/as. Si hoy me embargan sentimientos encontrados es porque veo dobles discursos en algunos/as que dicen defender derechos indígenas y territorios integrales. Sin embargo, también hay líderes, lideresas y pueblos indígenas firmes y consecuentes con la defensa de su vida, que es lo que escuché la primera vez que un indígena peruano argumentaba el por qué estaba en Bagua. El rostro de este peruano indígena permanece grabado en mi mente. Cuando siento que no me queda energía para acompañar las resistencias legales de los pueblos indígenas, regresa a mí ese rostro. Y allí recuerdo que lo que está en juego es la defensa de la vida de los pueblos, porque la definición de territorio que me enseñó ese día aquel maestro indígena peruano es que la defensa del territorio indígena representa lo que para la mente occidental es definida como la defensa de la vida.

Es difícil en un país como el Perú, fragmentado por una historia con herencias coloniales, decir, sentirse y reivindicarse como indígena. Y es que, desde la época colonial, nos han enseñado a aborrecer nuestra identidad y, por décadas recientes, a negarla como un mecanismo de sobrevivencia para no ser blancos de acusaciones terroristas. Ahora resulta que para ser indígena en el Perú no solo necesitas autodefinirte como tal, sino que un gobierno, a través de un Viceministerio, ente político y no representativo de los pueblos, cree tener la potestad de decidir si un pueblo es indígena o no. Esto lo hace con funcionarios públicos acomedidos, y de mentalidad colonial e ideologías desfasadas, cuyo accionar no sólo viola derechos inherentes que tienen los pueblos indígenas sino q comprometen internacionalmente al Estado.

Siete años después de Bagua, puedo decir a los pueblos indígenas del Perú que los siglos de su resistencia por la defensa y reivindicación de sus derechos como pueblos originarios tienen respaldo normativo. Eso es el resultado de sus propias luchas. Hoy más que nunca los pueblos indígenas saben que si no son ellos quienes reivindican sus derechos, nadie lo hará por ellos y mejor que ellos. Hoy más que nunca los pueblos indígenas necesitan estar unidos para exigir el respeto de su territorio integral en propiedad y la libre determinación que tienen como pueblos. Esta resistencia solo se podrá detener cuando ustedes lo permitan, y es porque ahora son ustedes quienes pueden decidir si esta resistencia, con las vías legales a su favor, continuará.

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